![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgpJJE1v7rlBBtTFn-eaNzMnBNYh7Y1zCJLcjnLDOjaqz0EGE_XvB6Pu_g_Fr_FFG5u5ZbTcjMFdT9_8JpI5NmiRJX8iciFjNr-T2_2Cr2m_2P_uDGW9ysRbz8rTRtIxSVlQ3n689EbgI0/s320/4282311622_7a9f210670_z.jpg)
Desastres y muertes de mineros, en unos casos, rescates de película en otro, me trajeron a la memoria el nombre de una mina de carbón y de un minero. La mina: “Pozo Calero”, el minero, Emiliano Conde M.
Era casi un niño cuando mi hermano, luego de contraer matrimonio, no le quedó más remedio que emigrar, lejos de la familia, en busca de ocupación bien pagada. La consiguió en una mina de carbón situada en Barruelo de Santullán. No fue fácil, pero allá se metió. Y digo se metió porque nunca nos dijo, en realidad, qué hacía en la mina. Lo supimos luego. Quería ganar dinero, quería tener su hogar y cómo mantenerlo responsablemente. Ganó más dinero que otros mineros, pero también le llegó más temprano el agotamiento físico que supone la terrible enfermedad de la silicosis.
Conocí, de lejos, la entrada al Pozo Calero. En realidad, me daba miedo. Nos contó que más de una vez vio salir por aquel “ascensor” mejor llamado jaula, algunos compañeros fallecidos por explosión de gas. Conocí el barrio donde vivían algunas familias “privilegiadas”, cerca de la mina y con alquiler, si no gratuito, muy barato. Eran casas pequeñas pero muy acogedoras, al menos eso me parecía en aquellos años.
La cordura o la necesidad, le hicieron jubilarse pronto de aquel trabajo, contratándose de guarda municipal en Barruelo. Terminó haciendo su vida en Palencia atendiendo la portería de un edificio de oficinas y apartamentos primero, y luego “gozando” de los beneficios de su jubilación definitiva.
Murió como se presumía y sabía que tenía que morir: con los pulmones destrozados por aquella enfermedad. Y no es fácil morir así cuando hasta el oxígeno molesta y sin embargo no queda otro remedio si es que el organismo quiere resistir algo más.
Hace unos días murieron cuatro mineros ecuatorianos en el tajo, buscando oro y comodidad para sus familias. Se dice que, al menos uno, aguantó hasta dos horas antes de ser rescatado sin vida. Al pobre también le faltó el aire y no tuvo oxígeno que le proporcionara nadie.
Y cuando esto sucede, siempre se habla de “seguridades mínimas” para este tipo de trabajo. Pues sí, seguridades mínimas porque totales creo que no hay en ninguna. Y sin embargo sigue habiendo mineros que ponen en peligro sus vidas todos los días. Son valientes y le empuja también la necesidad y el orgullo de disfrutar, algún día, de una familia feliz y en condiciones más que aceptables.
Lo sucedido en Chile es un ejemplo del buen uso de la tecnología, unidad, fortaleza, decisión nacional y gubernamental. El costo del rescate vale menos que treinta y tres vidas ligadas a otras tantas familias. Era emocionante, para los que lo veíamos cómodamente sentados observar cómo la cápsula bajaba y subía llena de vida; es de suponer cómo habrá sido para ellos, sus familias y para todos quienes gastaron tiempo y vida en lograr su rescate.
No hay comentarios:
Publicar un comentario