sábado, 31 de julio de 2010

A LAVAR A “VILLEZA”

En aquellos años, recién saliendo de una guerra fratricida, faltaban muchas cosas en mi pueblo. Y ni pensar que se solucionaran pronto. Castilla y León siempre fueron regiones buenas para fundamentarse en el estudio de la Historia patria pero sin peso alguno para los gobiernos centrales a la hora de solucionar problemas o atender mejoras.

No había agua ni entubada, mucho menos de la que ahora llamamos potable. Aunque eso de “potable” no era tan exacto que digamos. Los manantiales que mi pueblo tenía en su contorno y hasta en las goteras del pueblo, siempre fueron considerados como excelentes para el consumo humano. Hasta esas maravillas que brotaban de la entraña de la tierra, concurrían las jóvenes del pueblo con sus botijos, sus cántaros o calderos en busca del líquido elemento que serviría para el consumo humano y aseo de la casa.

Los animales también debieron sentirse privilegiados. Las aguas en las que saciaban su sed diaria eran frescas y limpias y nunca faltaron en cualquiera de los pagos o sectores agrícolas pertenecientes a mi pueblo.

Lo de lavar la ropa sí era un poco problemático. Había que acumular la suficiente para que justificara el trámite de ida y vuelta, poner a secar, regar o mojar, recoger y planchar. El lugar más concurrido para ese menester era “Villeza” situado a menos de un km de distancia del pueblo. Dos hermosas charcas o fuentes de las que brotaba a borbotones un agua limpia y pura…la mejor para limpiar la ropa de hombres, mujeres y niños dignos de presentarse limpios y bien vestidos, especialmente los domingos.

La faena comenzaba muy de mañana. Había que llevar el canasto o canastos, la taja, el mazo, el jabón aquel, como el de ahora, con el que frotar acuciosamente la ropa. No era raro el encontrarse con otras buenas mujeres que hacían lo mismo. El trabajo, entonces, se hacía más llevadero. Nunca falta conversación y en especial entre mujeres… Cuando la labor no terminaba en la mañana, alguien de la familia, los chiquillos con más frecuencia, llevaban la comida a la hermana o a la madre. Este juntarse los pequeños en aquel lugar propiciaba la oportunidad para buscar nidos si era primavera, cortar algún zumaque para ensayar el primer pitillo, (y cómo picaba la lengua con aquella cosa…..de sauco), o simplemente corretear por las huertas gozando del buen clima y de la vista del valle del Cea.

En la tarde llegaba el cargamento a casa y seguía el merecido descanso de aquella mujer trabajadora y edificante que todo lo hacía por amor y con alegría. Al día siguiente, a tender en los prados, rogando que luzca un buen sol para que la ropa, sin quemarse por el mismo, quede limpia, brillante y con el rico aroma que el “azulete” le proporcionaba.

Y ya está: ahora hay que acompañar a la madre o hermana a recoger todo. Ahí aprendí cómo se doblaban las sábanas y demás prendas de gran tamaño. Les confieso que lo hacía con gusto ya que siempre recibía la felicitación y el cariño de aquellas dos mujeres a las que no puedo olvidar y que se fueron demasiado temprano.

¡Cómo han cambiado los tiempos! Para mejor, sin duda. A las generaciones actuales, incluso las que viven todavía en mi pueblo, esto les sonará a música nunca escuchada. Pero no dudo que alguien se acordará todavía de aquellos tiempos que, por ser pasados, no me atrevo a decir que fueron mejores pero sí maravillosos.

Tal vez les parezca que escribo bajo los efectos de la nostalgia. No sé. Puede que sí, pero es que las vivencias familiares, de vecinos y amigos asimiladas y disfrutadas al máximo aquellos años de la niñez, no tienen olvido. Este, el de “a lavar a Villeza” es tan sólo un botón de muestra. Espero seguir con otros que la memoria no ha permitido que pasen al eterno olvido.

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir sus vivencias, si dá nostalgia recordar aquellos tiempos, fueron hermosos. Pero los de ahora serán mejores que los de mañana.

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  2. Recordar es vivir y sentir es de humanos. En la vida hay cosas que nos marcan para bien o para mal. Es mejor recordar las primeras.

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