RUMBO A CASA
Son las 12:39 de la mañana, hora de Madrid. Con un retraso de 25 minutos, despega de Barajas el gigante Airbus A340-300. No hay asiento para nadie más. Majestuosamente va escalando altura sin inconveniente alguno para los nerviosos.
A la 1:29 de la tarde dejamos la península atrás y nos adentramos en el océano Atlántico enrumbando la nariz hacia el continente americano.
El gigante se desplaza a una velocidad que todavía no será la de crucero, pero ya estamos a 10.000 metros de altura y con una temperatura ambiental exterior de -44° C.
Si hacemos caso al capitán, y por qué no hacerlo, el vuelo será tranquilo, es decir, no habrá las temibles turbulencia que, si bien es cierto, no suelen accidentar a los aviones, también lo es que ponen muy nerviosos a ciertos pasajeros.
La frescura controlada en el interior del monstruo es muy agradable e invita a recogerse y dormir plácidamente durante algunos ratos. ¡Qué diferente es el ambiente que llevamos si lo comparamos con el sofocante calor de la península en esos mismos momentos!
La sobrecargo ha hecho el anuncio de las comidas: un almuerzo, un bocadillo y una merienda antes de llegar al destino.
Si miramos un poco críticamente el asunto, diremos que también aquí, en las alturas y en la compañía que nos transporta, está presente la crisis. Todos, en tierra, lo comentan: hace unos años se comía mejor. Por supuesto que los precios de los pasajes no han bajado.
Eran las 8:49 de la tarde, seguimos con hora peninsular, cuando avistamos tierra americana. Estamos ya sobrevolando Venezuela. La ruta asignada al Airbus pasa sobre Caracas y luego Bogotá.
Aunque es frecuente que los vuelos se topen con zonas de turbulencias por estos lares, hoy los vientos y cambios de presión debieron viajar por otros rumbos.
Un poco al disimulo, pues no hay que abrir ventanas por las que entra demasiada claridad, cosa que molesta, al parecer, a las azafatas que quieren ver a la gente tranquila y sin moverse, observo los llanos inconmensurables de Venezuela y Colombia, así como los grandes ríos que riegan y enriquecen las tierras de estos países.
La pantalla que nos indica la ruta y el punto exacto donde nos encontramos, ya nos pone rumbo a Ecuador. Volamos ahora a una altura de más de 11.000 metros y a una velocidad de más de 900 km por hora. La temperatura en el exterior es de -55° C. Si sumamos los kilómetros volados con los que faltan, según la pantalla, el viaje cierra con más de 9.000 kms entre Madrid y Quito.
Salimos con 25’ de retraso, pero el piloto ha ganado tiempo y llegamos al destino, Quito, con una precisión que puede pensarse desacostumbrada: eran las 4 de la tarde, hora de Ecuador (11 de la noche en Madrid) y teníamos una temperatura exterior de 24°C. Pero como en Quito ya sabemos que las cuatro estaciones se dan en un mismo día, cuando dejamos el aeropuerto ya teníamos unos 19°. Así se puede vivir…
Y en vuelo de TAME, a bordo de un Embraer 190, tocamos tierra en La Toma, no sin antes haber tenido algunos bandazos, no comunes en este cielo y ruta, a causa de vientos y bajas presiones.
Y ya estamos en casa. Es otro ambiente del que viví durante 45 días. La gente, la ocupación, el ajetreo, el clima… todo es diferente aunque parecido en otras cosas. Atrás quedaron vivencias muy agradables con la familia y conocidos. Naturalmente podría decirse que lo vivido ha sido un tanto ficticio, fuera del cotidiano a lo que la vida nos acostumbra en el medio en el que nos desenvolvemos. La vida no comienza, se reanuda; y por cierto que no me ha costado casi nada.
Con toda seguridad, este blog seguirá su camino ya sea para informar, comentar u opinar sobre algún tema de interés para casi todos.
Me gustaría leer vuestros comentarios, no importa de quién y el sentimiento que los inspire.
Son las 12:39 de la mañana, hora de Madrid. Con un retraso de 25 minutos, despega de Barajas el gigante Airbus A340-300. No hay asiento para nadie más. Majestuosamente va escalando altura sin inconveniente alguno para los nerviosos.
A la 1:29 de la tarde dejamos la península atrás y nos adentramos en el océano Atlántico enrumbando la nariz hacia el continente americano.
El gigante se desplaza a una velocidad que todavía no será la de crucero, pero ya estamos a 10.000 metros de altura y con una temperatura ambiental exterior de -44° C.
Si hacemos caso al capitán, y por qué no hacerlo, el vuelo será tranquilo, es decir, no habrá las temibles turbulencia que, si bien es cierto, no suelen accidentar a los aviones, también lo es que ponen muy nerviosos a ciertos pasajeros.
La frescura controlada en el interior del monstruo es muy agradable e invita a recogerse y dormir plácidamente durante algunos ratos. ¡Qué diferente es el ambiente que llevamos si lo comparamos con el sofocante calor de la península en esos mismos momentos!
La sobrecargo ha hecho el anuncio de las comidas: un almuerzo, un bocadillo y una merienda antes de llegar al destino.
Si miramos un poco críticamente el asunto, diremos que también aquí, en las alturas y en la compañía que nos transporta, está presente la crisis. Todos, en tierra, lo comentan: hace unos años se comía mejor. Por supuesto que los precios de los pasajes no han bajado.
Eran las 8:49 de la tarde, seguimos con hora peninsular, cuando avistamos tierra americana. Estamos ya sobrevolando Venezuela. La ruta asignada al Airbus pasa sobre Caracas y luego Bogotá.
Aunque es frecuente que los vuelos se topen con zonas de turbulencias por estos lares, hoy los vientos y cambios de presión debieron viajar por otros rumbos.
Un poco al disimulo, pues no hay que abrir ventanas por las que entra demasiada claridad, cosa que molesta, al parecer, a las azafatas que quieren ver a la gente tranquila y sin moverse, observo los llanos inconmensurables de Venezuela y Colombia, así como los grandes ríos que riegan y enriquecen las tierras de estos países.
La pantalla que nos indica la ruta y el punto exacto donde nos encontramos, ya nos pone rumbo a Ecuador. Volamos ahora a una altura de más de 11.000 metros y a una velocidad de más de 900 km por hora. La temperatura en el exterior es de -55° C. Si sumamos los kilómetros volados con los que faltan, según la pantalla, el viaje cierra con más de 9.000 kms entre Madrid y Quito.
Salimos con 25’ de retraso, pero el piloto ha ganado tiempo y llegamos al destino, Quito, con una precisión que puede pensarse desacostumbrada: eran las 4 de la tarde, hora de Ecuador (11 de la noche en Madrid) y teníamos una temperatura exterior de 24°C. Pero como en Quito ya sabemos que las cuatro estaciones se dan en un mismo día, cuando dejamos el aeropuerto ya teníamos unos 19°. Así se puede vivir…
Y en vuelo de TAME, a bordo de un Embraer 190, tocamos tierra en La Toma, no sin antes haber tenido algunos bandazos, no comunes en este cielo y ruta, a causa de vientos y bajas presiones.
Y ya estamos en casa. Es otro ambiente del que viví durante 45 días. La gente, la ocupación, el ajetreo, el clima… todo es diferente aunque parecido en otras cosas. Atrás quedaron vivencias muy agradables con la familia y conocidos. Naturalmente podría decirse que lo vivido ha sido un tanto ficticio, fuera del cotidiano a lo que la vida nos acostumbra en el medio en el que nos desenvolvemos. La vida no comienza, se reanuda; y por cierto que no me ha costado casi nada.
Con toda seguridad, este blog seguirá su camino ya sea para informar, comentar u opinar sobre algún tema de interés para casi todos.
Me gustaría leer vuestros comentarios, no importa de quién y el sentimiento que los inspire.
Linda descripción de su regreso a Ecuador-Loja.
ResponderEliminar