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Nuestros hermanos los animales
En un pueblo como el nuestro, los animales siempre fueron compañeros del ser humano en el trabajo y en la casa.
Las vacas, y en algunos casos las mulas o caballos, eran los auxiliares del agricultor y con ellos sufrían y gozaban en las épocas de mayor trajín.
En mi casa siempre se respetó, se cuidó y hasta se mimó a los animales. Recuerdo la felicidad, la alegría de todos en casa, y especialmente mía, cuando llegaba al mundo un ternerito. ¡Qué hermosura y qué maravilla!.
La Rubia y la Morada fueron las vacas que primero conocí porque sólo hubo otra pareja más mientras mis padres trabajaron el campo. Mi madre lloró viendo emprender viaje sin retorno a la Rubia, camino de Mansilla de la Mulas, en busca de comprador y de reemplazo.
Muchas veces le escuché decir a mi madre una frase que me impresionó profundamente y creo era el sentir de toda la familia: “quien maltrata a un animal, no tiene buen natural”. El tiempo y las actitudes en la familia me hicieron comprender perfectamente el refrán.
Nunca vi golpear a esa pareja de animales, compañeras, repito, en el trabajo y en ocio,los tiempos en que se les mimaba, se les llevaba a beber agua fresca, a pastar en Campo Frío, en El Cesto o en la Cota.
Fue costumbre en mi casa que todos los aperos utilizados para el trabajo (cornales, sobeo y demás complementos) fueran siempre buenos y suaves. Es que había que ayudarlas a trabajar haciéndoles sufrir lo menos posible.
Y como el ejemplo arrastra, recuerdo que, cuando me ponían en el trillo, mientras mi padre o mis hermanos daban la vuelta a la trilla, siempre iba por la parte más alejada del centro…. Es que me daba pena ver cómo, con el correr de los días, la cadena hacía estragos en las patas de las vacas.
Dale pal medio, coño, decía mi padre…, y con el dolor del alma, pal medio las llevaba viendo la cadena rozarle la pata unas veces a la Rubia y otras a la Morada.
Aquella maravilla de animales conocían el lugar exacto en donde debían llevar el arado, el carro cargado o para cargar. No exagero, lo comprobé varias veces cuando, sin hacerles ningún gesto, tomaban la dirección a apropiada.
Siempre hubo un perrito o perrita en casa que hacía buenas migas con el gato, acostados al calorcito de la lumbre. Fue famosa la Kuki. Alguna vez estuvo de visita en el pueblo una señorita madrileña que tenía el mismo nombre y ya pueden comprender que fue motivo, en algunas ocasiones, para llamar la atención de las dos a la vez.
La Kuki fue la madre de Leal, el perro que utilizaba Martiniano y todo el grupo de amigos, para levantar las codornices en el verano. Creo que también nos acompañó en alguna travesura de muchachos.
Personalmente les cuento que los animales me han servido y siguen sirviendo de mucho. Ellos no guardan rencor, soportan nuestras impaciencias y se olvidan hasta de los malos tratos.
Los perros, especialmente, me han ayudado a cambiar en algo mi carácter. Cuando las circunstancias le hacen poner a uno de mal humor y le viene la tentación de descargar en ellos nuestro malestar, la reacción ha sido instantánea: por qué haces eso, domina tu carácter, no vuelques en ellos tu preocupación… Sí, y luego me avergüenzo y les agradezco la lección de lealtad y amistad incondicional.
En la actualidad tengo dos mascotas, dos perros Golden Retriever. Ella, la Toa, ya tiene tres años; él, Lucas, apenas cuatro meses. No son ni familia, pero se quieren con una intensidad, alegría y desinterés (al menos por el momento), que ya pudiéramos imitar algunos de los que nos llamamos seres inteligentes y reyes de la creación.
El pobre Lucas se cayó de la camioneta hace unos días y se quebró una pata trasera. Su veterinario, cual otro Darbón para Platero, está haciendo todo lo posible para solucionar el problema. Les aseguro que parece un cristiano agradecido cuando le hacen las curaciones.
Pero la escena más impactante, repetida todos los días cuando les permito estar juntos un rato, es ver cómo la mayor, le lame, le mima le olfatea… Y aunque se muere de las ganas por jugar con el pequeño, parece que se aguantara viéndole adolorido.
Cuántas lecciones, amigos de Valdezalces, nos dan los animales. Trátenlos siempre bien. No les hagan receptores de sus malos ratos o situaciones problemáticas. Ellos no son egoístas y mucho menos culpables de lo que nos pasa; gozan con su amo y disfrutan de su compañía, devolviendo cariño, y amistad incondicional.
Nos seguimos comunicando
En un pueblo como el nuestro, los animales siempre fueron compañeros del ser humano en el trabajo y en la casa.
Las vacas, y en algunos casos las mulas o caballos, eran los auxiliares del agricultor y con ellos sufrían y gozaban en las épocas de mayor trajín.
En mi casa siempre se respetó, se cuidó y hasta se mimó a los animales. Recuerdo la felicidad, la alegría de todos en casa, y especialmente mía, cuando llegaba al mundo un ternerito. ¡Qué hermosura y qué maravilla!.
La Rubia y la Morada fueron las vacas que primero conocí porque sólo hubo otra pareja más mientras mis padres trabajaron el campo. Mi madre lloró viendo emprender viaje sin retorno a la Rubia, camino de Mansilla de la Mulas, en busca de comprador y de reemplazo.
Muchas veces le escuché decir a mi madre una frase que me impresionó profundamente y creo era el sentir de toda la familia: “quien maltrata a un animal, no tiene buen natural”. El tiempo y las actitudes en la familia me hicieron comprender perfectamente el refrán.
Nunca vi golpear a esa pareja de animales, compañeras, repito, en el trabajo y en ocio,los tiempos en que se les mimaba, se les llevaba a beber agua fresca, a pastar en Campo Frío, en El Cesto o en la Cota.
Fue costumbre en mi casa que todos los aperos utilizados para el trabajo (cornales, sobeo y demás complementos) fueran siempre buenos y suaves. Es que había que ayudarlas a trabajar haciéndoles sufrir lo menos posible.
Y como el ejemplo arrastra, recuerdo que, cuando me ponían en el trillo, mientras mi padre o mis hermanos daban la vuelta a la trilla, siempre iba por la parte más alejada del centro…. Es que me daba pena ver cómo, con el correr de los días, la cadena hacía estragos en las patas de las vacas.
Dale pal medio, coño, decía mi padre…, y con el dolor del alma, pal medio las llevaba viendo la cadena rozarle la pata unas veces a la Rubia y otras a la Morada.
Aquella maravilla de animales conocían el lugar exacto en donde debían llevar el arado, el carro cargado o para cargar. No exagero, lo comprobé varias veces cuando, sin hacerles ningún gesto, tomaban la dirección a apropiada.
Siempre hubo un perrito o perrita en casa que hacía buenas migas con el gato, acostados al calorcito de la lumbre. Fue famosa la Kuki. Alguna vez estuvo de visita en el pueblo una señorita madrileña que tenía el mismo nombre y ya pueden comprender que fue motivo, en algunas ocasiones, para llamar la atención de las dos a la vez.
La Kuki fue la madre de Leal, el perro que utilizaba Martiniano y todo el grupo de amigos, para levantar las codornices en el verano. Creo que también nos acompañó en alguna travesura de muchachos.
Personalmente les cuento que los animales me han servido y siguen sirviendo de mucho. Ellos no guardan rencor, soportan nuestras impaciencias y se olvidan hasta de los malos tratos.
Los perros, especialmente, me han ayudado a cambiar en algo mi carácter. Cuando las circunstancias le hacen poner a uno de mal humor y le viene la tentación de descargar en ellos nuestro malestar, la reacción ha sido instantánea: por qué haces eso, domina tu carácter, no vuelques en ellos tu preocupación… Sí, y luego me avergüenzo y les agradezco la lección de lealtad y amistad incondicional.
En la actualidad tengo dos mascotas, dos perros Golden Retriever. Ella, la Toa, ya tiene tres años; él, Lucas, apenas cuatro meses. No son ni familia, pero se quieren con una intensidad, alegría y desinterés (al menos por el momento), que ya pudiéramos imitar algunos de los que nos llamamos seres inteligentes y reyes de la creación.
El pobre Lucas se cayó de la camioneta hace unos días y se quebró una pata trasera. Su veterinario, cual otro Darbón para Platero, está haciendo todo lo posible para solucionar el problema. Les aseguro que parece un cristiano agradecido cuando le hacen las curaciones.
Pero la escena más impactante, repetida todos los días cuando les permito estar juntos un rato, es ver cómo la mayor, le lame, le mima le olfatea… Y aunque se muere de las ganas por jugar con el pequeño, parece que se aguantara viéndole adolorido.
Cuántas lecciones, amigos de Valdezalces, nos dan los animales. Trátenlos siempre bien. No les hagan receptores de sus malos ratos o situaciones problemáticas. Ellos no son egoístas y mucho menos culpables de lo que nos pasa; gozan con su amo y disfrutan de su compañía, devolviendo cariño, y amistad incondicional.
Nos seguimos comunicando